ORIENTE EN OCCIDENTE
Para quienes hemos tenido el privilegio
de ser guías en Oriente Próximo y regresamos como guías o
simplemente paseantes a Valencia las cosas de la ciudad nos
despiertan remembranzas y resonancias comunes, como de acordes de
músicas conocidas.
Voy a presentar un caso a nuestros lectores.
Paseando por Damasco, durante el tiempo
de compras del grupo, me dediqué a deambular una tarde
por elel zoco de la seda o khan el harir y me detuve a las puertas del
Hammam Nour Ed-Din, del siglo XII, todavía en funcionamiento. Me
recreé en su vestíbulo en forma de patio cuadrado andaluz, los
hombres tomaban el té, un refresco, café turco o fumaban la shisha
o pipa de humo.
Me desvestí y cubierto con una sencilla toalla
blanca fui recreándome en las distintas salas. La sala caliente de
donde se tomaba el agua casi hirviendo con un cazo y se la tiraba uno
sobre el cuerpo, la sala templada donde recibí un masaje exfoliante
por un especialista del complejo que, no sin algún rasguño, me dejó
la piel tersa y suave como la de un niño, y la sala fría donde
recibí un masaje contundente pero relajante por el encargado que me
daba conversación en un árabe harto difícil para mis conocimiento.
Algunos de los hombres conversaban entre sí de sus negocios
mientras otros se concentraban ensimismados en una limpieza profunda
de su cuerpo para una fiesta o evento de fin de semana.
Como guía de Valencia suelo llevar a
los grupos pequeños a los llamados “baños árabes” de la ciudad
o baños del almirante. De edificación cristiana, fueron concedidos
por Jaime I en 1313 Pere de Vilarrasa. Con su vestíbulo
cuadrangular, se nos da paso a la sala fría, con la tina para la
reserva de agua fría, el cuarto donde se alquilaban las esponjas,
toallas, zuecos, jabones y otros utensilios. Y la letrina.
La sala
templada es la mejor iluminada por tres cupulillas y sus arcos de
herradura. Y la sala caliente donde se caminaba con zuecos y se
recogía agua con cazos o peroles de la pileta.
El guía nos cuenta
que era un lugar de socialización, como en la Damasco que visité.
Las bóvedas de argamasa dejan filtrar la luz a través de sus
estrellas islámicas de ocho puntas. Ahora cubiertas por cristal
traslucido, en su origen lo fueron por vidrios multicolores. Qué
efecto el del agua caliente, templada, fría, con el vapor difuminado
por unos vidrios irisados en tonalidades rosáceas y violetas. Un
festín poco conocido para los sentidos.
José-Vicente Niclós