jueves, 16 de febrero de 2012

Arrozales inundados

A mediados de enero visité con un grupo los arrozales de la Albufera.
Las inundaciones del noviembre hasta finales de enero de los campos de la Albufera me recuerdan las inundaciones del Nilo que narra Herodoto y los autores clásicos y he tenido la oportunidad de contemplar durante mis visitas a Egipto, otra manifestación de los sistemas de irrigación comunes a oriente y occidente.


Ambas suponen una oportunidad para que el lodo y el limo fecunden la tierra, entre nosotros debido al ingenio humano, mientras en Oriente son a la obra de la naturaleza.



Un amigo personal que tiene un pozo en la delimitación de la acequia del Perelló, Vicent, nos comenta los trabajos siguiendo el ciclo anual:
“La perellonà significa la inundación invernal de los campos de arroz en las zonas de tancat inmediatas al lago. El tancat es un dique que separa un sector de la Albufera del resto del lago. El día 1 de noviembre se cierran las compuertas de las “golas” que comunican la Albufera con el mar el mar. Con ello los campos se inundan y reciben el manto de humus y de tierra rica en minerales que le permitirá henchirse un año más de fecundidad sin agotarse en el esfuerzo de cada cosecha agrícola.
Además, la inundación forma los llamados cotos de caza o Vedats, que duran hasta febrero y en los que los cazadores persiguen las aves acuíferas, como las ánades reales y otras especies de patos.
Tras la retirada del agua en el mes de febrero, los campos se van secando y se comienza remover el fango con poca cantidad de agua (fanguejar) o a arar y trabajar la tierra durante el marzo y abril con ganchos o tractores. A continuación se vuelven a inundar los campos y se colocan los sacos de arroz en remojo a la vera de los canales o acequias para que pre-germine el arroz durante 24 horas. Finalmente se siembra a voleo lo que se conoce como “mezclar el arroz”. Se recoge el arroz durante el mes de septiembre con grandes fiestas en muchos de los pueblos que tienen marjal o campos de arroz en sus comarca.”.
En Oriente advertí como guía algo parecido. Con una diferencia: la inundación de los campos no se produce en enero sino en julio y en Egipto no se trata de un fenómeno artificial y obra del ingenio del hombre, como en las tierras de Valencia, sino del mismo río cuyas fases cambiantes afectan a la naturaleza y fue cuna de su civilización. Se dice que el historiador griego Herodoto en su II libro de la Historia, trata del origen, extensión e historia de este río fabuloso que inunda las tierras bajas durante cien días a partir del solsticio de verano. Aunque a Herodoto se tribuye esta frase, fue Hecateo de Mileto quien llamó a Egipto “don del Nilo”. Las crecidas anuales del Nilo en julio y agosto intrigaron siempre a los sabios griegos que dieron causas fabulosas. La verdad es que se producen por los monzones africanos que en primavera descargan sus aguas en la meseta de Etiopía. Las variaciones del caudal del Nilo que se desbordaba y cubre de generoso y fecundo limo los márgenes de sus riberas, eran determinantes para conseguir unas cosechas generosas y se reflejaron en su civilización, dependiente del sol que es el alma, y el agua, la matriz nutriente de su vida. Sin mucho esfuerzo personal de sus labradores, como narra otro historiador antiguo, Diodoro de Sicilia, “las gentes, liberadas de trabajos durante todo el tiempo del desbordamiento, se dedican a la fiesta banqueteando continuamente y gozando sin freno de todas las cosas conducentes al placer.”

La excursión que hicimos con el grupo de Torrente nos llevó en tren hasta Sueca desde donde nos dirigimos a la Muntanyeta dels Sant para admirar el espectacular paisaje inundado. Visitamos el contiguo Ullal de Baldoví, uno de los manantiales más espectaculares que proveen todavía de agua las acequias y los campos de un agua cristalina.


José-Vicente Niclós


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